EL HUMO HUELE A DINERO
La aprobación de la reforma de la Ley del Tabaco tendrá que esperar hasta el segundo semestre del año. La excusa del consenso parece ser una buena razón, pero a veces la salud no es lo más importante en las medidas sanitarias.
La reforma de la Ley del Tabaco se retrasa y, sí, es por capricho. Se retrasa porque a un sector de esta sociedad no le conviene. Y no, no es el de la hostelería. Pero en esta cuestión han influido dos factores en cierto modo externos a las razones realmente de importancia. Por un lado, nos encontramos con una capitana con la mano un tanto blanda para gobernar este barco. Por otro, están los que, para tratar de evitar la pérdida de su negocio, se aprovechan de esa debilidad. Y ya saben: no hablo de los hosteleros.
En cuanto a la primera cuestión, ¿qué tomadura de pelo es ésa del ‘consenso’? El problema es que la ministra quiere quedar bien con todo el mundo, y eso en política es imposible, porque se termina por no contentar a nadie. En ocasiones se han de tomar decisiones impopulares cuando éstas son objetivamente necesarias, y una cuestión de salud como ésta es muy objetivamente necesaria.
La ministra Jiménez asegura que ningún partido se ha mostrado contrario al endurecimiento de la Ley, y en el terreno extrapolítico las cosas tampoco van por derroteros muy diferentes. Si se trata de consensuar pequeños flecos, no creo, primero, que sea tan difícil llegar a un acuerdo; y, segundo, que merezca la pena alargar un asunto de tan fácil resolución cuando existen cuestiones de bastante más urgencia. O quizá sí merezca la pena para alguien. Porque... ¿y si el obstáculo no fuera querer contentar a todos? ¿Y si ésa fuera la excusa para retrasarlo todo, y no el objetivo? Todo esto nos lleva al segundo punto.
El segundo punto tiene que ver, como la mayoría de asuntos importantes de este mundo, con el dinero, y con cómo la gente con dinero se aprovecha de la ignorancia popular y, en consecuencia, de quien debe dictar las Leyes. Y todo esto tiene un nombre, pero por cautela, dejaremos que sea el propio lector quien lo averigüe. Si se aprueba la Ley del tabaco, los hosteleros perderán dinero, pero no de los clientes, si no de... es cierto, seamos cautos. Sólo quiero proponerles una visita a la página web de la Federación Española de Hostelería (FEHR) y echar un vistazo a sus patrocinadores(1). Si la Ley se aprueba no creo que los hosteleros pierdan ingresos en concepto de consumo, y por supuesto no perderán el patrocinio de Calgonit, de Coca-Cola, de Danone, y ni siquiera de Mahou.
Pero en todo este juego existe una estrategia mucho más inteligente, y es la de haber hecho creer a todo el mundo que si los bares se convierten en espacios donde es posible respirar, la gente no va a querer entrar. Es la estrategia de haberlo dicho con tal convencimiento que incluso las personas que en otras circunstancias habrían sido lo suficientemente lúcidas para darse cuenta del engaño, se lo han creído. Y esto también tiene un nombre. El novelista Norman Mailer lo llamó ‘factoide’, y lo definió como “hechos que carecen de existencia antes de aparecer en una revista o periódico”. Es decir, tal como lo describen Anthony Pratkanis y Elliot Aronson, “definimos el factoide como un enunciado de hecho que no está respaldado por la evidencia, normalmente porque el hecho es falso o porque no puede obtenerse evidencia en apoyo del enunciado. Los factoides se presentan de tal modo que pronto empiezan a considerarse en general como verdades”(2).
Para que nos hagamos una idea, está demostrado que las pruebas desestimadas en los juicios influyen en las decisiones de los jurados populares aun cuando el juez ha ordenado expresamente que no se tengan en cuenta. Y eso es más o menos lo que ocurre aquí. Nos han presentado una serie de posibilidades más o menos catastrofistas, y aunque nuestro sentido común nos diría que las ignoremos, ya han cumplido su función, que es la de sembrar la duda e infundir el miedo.
Pero dejemos aparte por un momento las cuestiones objetivas referentes a la salud y centrémonos en lo que únicamente parece importar a los que manejan el cotarro. Un factoide basa parte de su éxito en la imposibilidad de ser refutado, y realmente la quiebra (o supervivencia) de los negocios hosteleros a causa de su reconversión en ambientes respirables en ningún caso podría demostrarse hasta después de que eso ocurriera. Pero piensen, ¿realmente alguien cree que la afluencia de clientes descenderá cuando los bares, restaurantes y discotecas sean tal como demanda el 70% de la población (no-fumadores) y en torno a la mitad del 30% restante?
(1) http://www.fehr.es/EVENTOS/patrocolab.html
(2) PRATKANIS, A. y ARONSON, E., La era de la propaganda. Uso y abuso de la persuasión, Barcelona: Paidós Comunicación, 1994, p.106