Yo soy la mejor campaña contra el tabaco
«Quiero decirle a la gente que la mejor campaña contra el tabaco soy yo…miren como estoy. Aquí me tienen, muerta en vida».
Josefina Tejera Martín tiene 60 años y fuma desde los 12 años. 48 años fumando. ¿Por qué? no lo sabe bien. «Me gustaba; yo no entendía que eso tan atractivo fuera tan peligroso cuando en televisión los políticos, los artistas, los periodistas fumaban tan campantes…». Lo que empezó como una pillería infantil de patio de barrio se convirtió en amigo inseparable de Josefina a lo largo de 48 años de su vida envuelta en humo y que terminará el día - «muy cercano, yo lo sé»- que el cáncer de pulmón con metástasis que combate diga «hasta aquí hemos llegado, compañera». Josefina escribe poesías y guarda sus reflexiones sobre la vida y su complicado transitar en una libreta. Dice que si colabora en la realización de este reportaje es porque después de vivir un calvario de dos años (cuando le detectaron su irreversible proceso oncológico) escuchó que todavía hay quiénes se resisten a no vincular el tabaco con el cáncer y entonces quiso dar un paso al frente y abrirle los ojos a más de un ignorante. «Quiero decirle a la gente que la mejor campaña contra el tabaco soy yo…miren como estoy. Aquí me tienen, muerta en vida».
Si; porque muerta en vida es vivir 16 horas al día atada a una bombona de oxígeno y salir a la calle con otra bombona manual que le permita dar unos pasos. «¿Vida es esto…?… no…». Josefina tiene un sentido del humor envidiable a pesar de que sabe bien que su futuro no será una fiesta, y hace de tripas corazón. El sonido acompasado del respirador en la estancia es insistente y recuerda la precaria salud de esta mujer.
Casada con Armando Santana García es madre de dos hijos, Almudena y María Jesús, que le han regalado dos nietos. Asegura que en su casa del barrio de 3 Palmas jamás ha fumado nadie; ni su marido, ni su hijas, nadie. «Yo he sido la única…y aquí me tienes… ¿pena de morir?, bueno, esto es así. He disfrutado con el tabaco y con la vida pero ahora el humo y toda la mierda que le meten me pasa factura. Pero no tengo pena de morir porque mis hijas tienen a sus maridos y mis nietos las tienen a ellas…pena, pena si me da mi marido que se quedará solito…». Se emociona y me agarra el brazo: «Mira yo me estoy muriendo porque he atentado contra mi vida y eso es lo que trae el tabaco; que la gente se lo piense bien, sobre todo los que empiezan ahora».
El proceso oncológico pulmonar de Josefina es grave: «Es inoperable y lo he combatido con quimioterapia pero ya tengo metástasis cerebral… Se extendió. Yo creo que me voy pal piso», dice riendo con los ojos detrás de la mascarilla que le tapa parte de la cara, mientras se arregla el pañuelo que oculta los efectos devastadores de la quimio en su pelo. «Me he quedado calva…pero bueno…».
«¿Qué cómo empecé a fumar?, pues cuando era una chiquilla de doce años más o menos. La tontería, en la pandilla, con los amigos…después con los años enfermó mi padre, lo cuidé, y más tarde mi madre de Alzhéimer y entonces las noches fueron eternas y negras, pendiente de ella. ¿Cómo las noches?, fumando, uno detrás de otro. Ese fue el inicio de todo…un cigarro para no desvelarte, otro para la ansiedad, otro para el café otro para…hasta que llegué a una caja y pico al día. Fumaba Winston y luego cambié a otros más baratos… ¿quieres que te diga algo?, nunca pensé que lo que me daba tanto placer como era un cigarro acabara con mi vida. Pero es que antes nadie te decía que eso era malísimo, que te llevaba por delante. Si, si, te decían que fumaras menos y tal pero no teníamos la consciencia de su efectos horribles ¡qué le vamos hacer…!». Observen su resignación.
Una de las cosas que Josefina cuenta (con gran esfuerzo porque toda la entrevista se produce con ella buscando aire) es que nunca le gustó fumar en público. «Bueno, no es eso, quiero decir que había mucha gente en mi barrio, en mi bloque, que no sabía que yo fumaba porque nunca me vieron con el cigarro en la mano. Yo iba a la tienda y antes de salir me fumaba uno pero en la calle no. No me gustaba y de hecho cuando me enfermé los vecinos me preguntaban cómo era posible si yo no fumaba…¡no que va!...».
Armando, su marido, jamás le dijo a su mujer que no fumara: «Es que sabía que no podía dejarlo…y también pasó una cosa y es que yo trabajaba todo el día, no estaba mucho en la casa. Y cuando me molestaba el humo abría las ventanas para que saliera y nada más. No le decía nada…me iba a la ventana y ya está».
Pero el tiempo pasó y los efectos del tabaco comenzaron a dar malas señales. «Un día», recuerda Armando, «yo no me había jubilado aún llegué a casa y me la encontré con un dolor en la cintura. Me dijo que había empujado un mueble y que esa era la causa…lo que pasó es que ese dolor no cedió y fue entonces cuando la llevamos al médico de cabecera, de ahí al neumólogo y del neumólogo al oncólogo. Esos fueron los pasos que dimos y hasta hoy». Curiosamente dos años antes de que saltaran todas las alarmas en los pulmones de Josefina hizo algún que otro intento por dejar de fumar: «Aguantó dos o tres días…», dice una de sus hijas, Almudena, que de vez en cuando esquiva la mirada porque sabe bien el estado de salud de su madre. No habla; asiente con la cabeza a los comentarios más duros y tiene los ojos brillantes. Decía que Josefina estuvo dos o tres días sin fumar pero al cuarto mandó a comprar tabaco.
«Esto es un vicio tan duro, tan fuerte, tan terrible que te quitas la comida si hiciera falta para comprar una caja…». Y que nadie crea que Josefina dramatiza. No. Es una mujer lista y sabe que se la jugó y está perdiendo la partida.
Como verán está autorizada a defender a los fumadores pasivos: «Si no lo prohíben la gente no dejará de fumar. Esto es una droga y si los fumadores queremos fumar tenemos que pensar en quienes tienen el derecho a respirar un aire puro, limpio…Ya te digo que para mí la droga más fuerte es el tabaco. Mira; cuando estuve unos días sin fumar se me caían las lágrimas de pena, como oyes…yo he sido una esclava del cigarrillo por eso cuando me llevaron al médico yo sabía que algo tenía en mi cuerpo que me estaba dando avisos. Un cáncer como un día de fiesta, ¿te parece poco?, ¿qué si me asusté?, si, pero como yo sabía lo que estaba haciendo, no me cogió de sorpresa. A mí me engañó por ignorar sus efectos pero que no engañe a nadie más. Esto mata. Me está matando». He aquí datos aterradores. En España se producen 70.000 muertes al año atribuibles al tabaco. Las responsabilidades sociales de la epidemia las tienen los gobiernos y las compañías tabaqueras y así lo ha denunciado el neumólogo Pedro Cabrera: «Los primeros porque durante muchos años han sido muy permisivos con tal de asegurar las ganancias que les aportan los impuestos; sólo cuando la situación se volvió moralmente insostenible algunos gobiernos empezaron a reaccionar gradualmente y otros cuando notaron que su sanidad pública gastaba casi tanto en la atención médica de los afectados por el tabaco como lo que ingresaban por impuestos. Y por supuesto, las multinacionales tabaqueras han sido las grandes instigadoras de este desastre sanitario».
Fuente: Canarias7.es
http://www.canarias7.es/articulo.cfm?id=201226